sábado, 29 de diciembre de 2012

ECSB


La luz descansa en corrientes de polvo y polen, largos viajes recorre en todas direcciones, dorada, valiosa, muerte blanca, constancia de la materia en la inexistencia.
Asfalto fresco de rocío, escarcha de horas y termómetros.
Los semáforos más solitarios, otros caminares del tiempo, salpicaduras de noche tersan tus mejillas, resquicios de luna inerte cristalizan tras las fibras del guante la expresión de tus poros.
Y el aroma, aroma de tierra caliente, de intensos marrones, terrones y agua, química y órganos, al pedalear combusten los estratos primigenios, sangre caliente en el norte, cubitos de fuego montados a través de geometría acromática, más allá de la pragmática se idea la pasión, ojos, ojos locales, ojos transatlánticos, ojos curiosos, abiertos y cerrados observando, sin embargo, símbolos ajenos y siempre propios.
Los frenos no funcionan en el camino sin esquinas, sobre un latifundio ya explorado en su plano transversal, y aveces nos colamos, por grietas fortuitas, para dejar de rodar en círculos, para bucear en fluidos intercraneales, para copular con nuevas mentes, atemporales o con aroma a champú, la semana pasada ya no será la siguiente. El futuro fue inventado en un momento concreto, esperar fue el último pecado que nos concedimos.
Cuantas generaciones de homínidos fueron abrasadas por la locura hasta que la consciencia cercó sus límites?

domingo, 29 de abril de 2012

Meanwhile, in another dimension





El sol empieza a pintar con magma las copas de los arboles perennes, son las primeros minutos del día en el bosque, el cielo esta completamente despejado y, desde hace 6 horas, no se escucha nada más que el viento entre las hojas, el bosque ha sido desalojado, no hay pájaros, no hay ciervos, no hay ratas, ni hormigas, ni cigarras, no hay lombrices, ni gatos, ni lobos. En un radio de cientos de hectáreas las plantas son lo único que queda vivo a excepción de él o ello, en el centro de la figurada circunferencia, entre los pinos, sobre la pinocha, completamente inmóvil, hay un perro marrón, de pelo sucio y a parches, no respira, pero está erguido, su cabeza está levantada, su boca abierta, de ahí no sale nada, la lengua agrietada apesta y las encías parecen cubiertas de polvo, sus ojos vidriosos y negros están abiertos, el bosque parece muerto y reseco en la concavidad de su globo ocular, hace 6 horas que se ha detenido ahí, sus 4 patas se hunden entre la hojarasca tiesas como palos.


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A cientos de kilómetros, delimitado por una destartalada valla hay un jardín, en el jardín una vieja cabaña, en la pared norte solo hay musgo, en la pared sur un porche, en él un niño se entretiene ensimismado mirando a través de las malas hierbas que cubren su jardín, los antiguos juguetes repletos de insectos y moho casi no se ven entre la maleza, cada uno un recuerdo del pasado, hace tiempo que el niño los dejó ahí, hace tiempo que no queda nadie para recogerlos. 


El chico se levanta y entra en la cabaña sorteando la basura que cubre el suelo, pasea su mirada por el sofá, los periódicos viejos, la chimenea, las polvorientas fotos de familia, la incompleta colección de cuchillos de caza de su padre, la biblioteca de su madre hasta finalmente posarse en las manchas marrones que cubren el suelo y la pared, siguiéndolas, atraviesa el pasillo para llegar a la cocina y una vez ahí abre la despensa y saca una de las cientos de latas de alubias con tomate que sus padres habían comprado de cara al apocalipsis, tema de sobremesa durante los últimos meses, la mete en el abrelatas que hay fijado a la mesa y gira la manivela intentando no desviar la mirada hacia al cadáver esquelético que hay tumbado, en posición fetal, en la esquina de la cocina ni al que le mira sentado en la pared con las muñecas dirigidas al cielo y cuchillo en mano. 


Una vez abierta la lata se dirige al exterior donde el hedor a muerto es menor y aun se puede comer, se sienta en los escalones y, descalzo, hunde los pies en el césped mientras devora las alubias, tras esto, lanza la lata con furia hacia la valla donde se estrella causando un hueco sonido al golpear la madera enterrada, y acto seguido se echa a llorar, las lágrimas caen por donde han caído siempre, dos ríos de barro claro surcan sus negras mejillas y, angustiado, se cubre la cabeza con la capucha blanca de su suéter, es entonces cuando bajo su pié empieza a moverse algo arrancándole una agria carcajada del estomago, cosquillas, agitado levanta el pie esperando encontrar una lombriz, en su lugar, ahí, bajo su pié y saliendo del suelo hay unas pequeñas piedras negras y redondas que se mueven de forma extraña, poco a poco las piedras salen más y más del suelo hasta desvelarse como lo que son, la parte inferior del pie de algún mamífero, asqueado el niño se levanta rápidamente rozando sin querer la sucia pata de perro que brota de la tierra como si de una planta se tratase, en ese instante ésta vuelve rápidamente a hundirse y tras unos segundos de silencio comienza a escucharse como se desgarra el bosque, ante el chico algunos arboles se inclinan a lo lejos, algo esta saliendo de la tierra, una especie de cable tensado, y cada vez se acerca más a los escalones de su porche, es la pata peluda y mugrienta, escuálida y kilométrica, el ángulo que forman el final de la pierna y la tierra es cada vez más abierto y, a lo lejos, el niño observa como se eleva en el centro del bosque un punto negro sostenido por lo que deben ser esta pata y otras 3 de las que se desprende la negra tierra que, cayendo, cubre el cielo como si de una plaga de langostas se tratara. 

Poco a poco las otras patas se van plegando como deshuesadas hacia el punto que contempla el bosque desde el cielo, una vez ahí se acercan dando latigazos en la tierra, los arboles vuelan por los aires conforme el ser acorta distancias, el corazón del niño palpita excitado mientras se da la vuelta en busca de uno de los machetes de su padre, jadeando llega a la colección busca el más grande y lo empuña con fuerza antes de regresar al jardín, el ser ha llegado y al parecer sus patas están menguando conforme desciende, como si de un siniestro ascensor se tratara, para encarar al chico, éste lo mira expectante y con los nudillos de su mano izquierda blancos de agarrar el mango del arma, finalmente el perro ya de una altura normal encarando al niño comienza a incorporarse sobre sus delgados cuartos traseros en una macabra postura de homínido, su cabeza se eleva hasta encontrar con sus oscuros y vidriosos ojos los del muchacho, y, moviendo las fauces como si de una marioneta disecada se tratara comienza a decir '¿Sabes que hora es...?', la mirada del niño se ilumina de alegría mientras levanta el puño derecho y lo dirige enérgicamente hacia el animal que también adopta la misma postura mientras los huesos de su garra crujen y se estiran dentro de la carne para formar una repugnante mano que se cierra fuertemente al tiempo que ambos puños se chocan.



IT'S ADVENTURE TIME!!

domingo, 15 de abril de 2012

Ejercicio 1

Hace demasiado que no escribo nada, así que hoy me he animado a escribir por escribir, pensaba narrar una escena dándole distintos significados, desde espionaje industrial, banalidad del día a día, invitaciones y alejamientos, pero al final simplemente me ha salido por pereza, tiempo y desuso, la descripción de una escena desde 3 actitudes (tristemente similares), está sin revisar ni pulir ni, es puro exhibicionismo y revisión de recursos literarios, quiero recuperar el hábito de escribir.


El cemento relucía oscurecido, no debía hacer mucho que el coche de la limpieza había apartado a un lado todas las colillas y frutas putrefactas que con su hedor decidieron formar parte de aquel recuerdo, los escalones que conducían a los andenes del metro tenían esa peculiar forma redondea y pulida en su extremo, aquella imprudencia que compensaban con una suerte de engrudo negro en linea recta, engrudo de 'agujeros negros', ventosas, mierda, velcro, dios sabe el que, aquello se desprendía antes del mármol que de tu pie, y su pie subía, cordones desatados, suela desgastada, demasiado grunge para el siglo XXI si no fuera por que la originalidad había muerto, por suerte la gente también moría, reinventar era inventar si obviabas la historia, el resto de su atuendo era tan inconexo según cualquier canon que era evidente que la ropa solo estaba ahí por evitar las multas y el frío. Se acercó, el pelo en su cara, sus ojos en la mía, la mueca en ambos, en su bolsillo una cadena al rojo vivo, la sacó y sostuvo en su mano, era esa clase de cadenas a las que te aferras con tal de no nadar en la oscuridad sin fondo ni latitud, me la dio, cuando sostuve la tarjeta en mis manos mi cuerpo automáticamente abrió la boca y envió sangre a mi cerebro, pero no tenia nada que decir.
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Me encanta el olor a calle recién mojada, hasta las cascaras de plátano tienen su encanto, no se como alcanzarían esa resbaladiza relevancia en los dibujos animados, pero de ahí parecen sacadas las fantasmagóricas caras que las motas en su piel dibujan, el metro estaba lleno de gente, salían de ahí como hormigas de un hormiguero, abejas de un panal o gusanos del ojo de un perro muerto, según de quien se trate, disparé un par de sonrisas, por incomodar y agradar, la gente sangraba desconcierto, así mato el tiempo, la barandilla empezaba a ser incomoda, bailé entre baldosas, y llegó, vestimenta a trozos, como de costumbre, el ambiente era tenso o eso habíamos aprendido de las películas, me acercó la tarjeta con expresión de tristeza en sus ojos de arco iris aceitoso, era esa clase de persona para las que, pese a que las circunstancias deformaran las expresiones de su cara y secaran ciertas neuronas risueñas, sabías que el universo reservaba el asiento con ventanilla.
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El ruido de la calle era cada día más molesto, parece mentira que aun a estas alturas el sol nos queme la cara, el estruendo viole nuestra mente y la basura alimente los extremos de nuestras gargantas, llevábamos la ciudad por dentro, resulta difícil esquivar ciertas ideas si naces y creces entre sus muros, no te queda otra que lamer sus tóxicas pinturas pastel o destrozarte los huesos intentando alcanzar lo que esconden al otro lado. Pero ese día no había más remedio que salir de casa, volver del campo o aguantarse las ganas de mear, era ese el día, uno de esos días del año que se diferencian de los otros 360 gemelos y sus 4 primos bipolares. Salía del metro con animo desgastado, vaya sorpresa!, intercambiamos un par de miradas, poco había que decir estaba claro que hacíamos ahí, saco el petroleo refinado, tintado, magnetizado y presuntamente lamido por un fetichista funcionario y me lo dio, aquel maldito token no iba a biodegradarse hasta que ambos fuésemos poco más que polvo en la tierra abrasada. Me fui a casa.