domingo, 15 de abril de 2012

Ejercicio 1

Hace demasiado que no escribo nada, así que hoy me he animado a escribir por escribir, pensaba narrar una escena dándole distintos significados, desde espionaje industrial, banalidad del día a día, invitaciones y alejamientos, pero al final simplemente me ha salido por pereza, tiempo y desuso, la descripción de una escena desde 3 actitudes (tristemente similares), está sin revisar ni pulir ni, es puro exhibicionismo y revisión de recursos literarios, quiero recuperar el hábito de escribir.


El cemento relucía oscurecido, no debía hacer mucho que el coche de la limpieza había apartado a un lado todas las colillas y frutas putrefactas que con su hedor decidieron formar parte de aquel recuerdo, los escalones que conducían a los andenes del metro tenían esa peculiar forma redondea y pulida en su extremo, aquella imprudencia que compensaban con una suerte de engrudo negro en linea recta, engrudo de 'agujeros negros', ventosas, mierda, velcro, dios sabe el que, aquello se desprendía antes del mármol que de tu pie, y su pie subía, cordones desatados, suela desgastada, demasiado grunge para el siglo XXI si no fuera por que la originalidad había muerto, por suerte la gente también moría, reinventar era inventar si obviabas la historia, el resto de su atuendo era tan inconexo según cualquier canon que era evidente que la ropa solo estaba ahí por evitar las multas y el frío. Se acercó, el pelo en su cara, sus ojos en la mía, la mueca en ambos, en su bolsillo una cadena al rojo vivo, la sacó y sostuvo en su mano, era esa clase de cadenas a las que te aferras con tal de no nadar en la oscuridad sin fondo ni latitud, me la dio, cuando sostuve la tarjeta en mis manos mi cuerpo automáticamente abrió la boca y envió sangre a mi cerebro, pero no tenia nada que decir.
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Me encanta el olor a calle recién mojada, hasta las cascaras de plátano tienen su encanto, no se como alcanzarían esa resbaladiza relevancia en los dibujos animados, pero de ahí parecen sacadas las fantasmagóricas caras que las motas en su piel dibujan, el metro estaba lleno de gente, salían de ahí como hormigas de un hormiguero, abejas de un panal o gusanos del ojo de un perro muerto, según de quien se trate, disparé un par de sonrisas, por incomodar y agradar, la gente sangraba desconcierto, así mato el tiempo, la barandilla empezaba a ser incomoda, bailé entre baldosas, y llegó, vestimenta a trozos, como de costumbre, el ambiente era tenso o eso habíamos aprendido de las películas, me acercó la tarjeta con expresión de tristeza en sus ojos de arco iris aceitoso, era esa clase de persona para las que, pese a que las circunstancias deformaran las expresiones de su cara y secaran ciertas neuronas risueñas, sabías que el universo reservaba el asiento con ventanilla.
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El ruido de la calle era cada día más molesto, parece mentira que aun a estas alturas el sol nos queme la cara, el estruendo viole nuestra mente y la basura alimente los extremos de nuestras gargantas, llevábamos la ciudad por dentro, resulta difícil esquivar ciertas ideas si naces y creces entre sus muros, no te queda otra que lamer sus tóxicas pinturas pastel o destrozarte los huesos intentando alcanzar lo que esconden al otro lado. Pero ese día no había más remedio que salir de casa, volver del campo o aguantarse las ganas de mear, era ese el día, uno de esos días del año que se diferencian de los otros 360 gemelos y sus 4 primos bipolares. Salía del metro con animo desgastado, vaya sorpresa!, intercambiamos un par de miradas, poco había que decir estaba claro que hacíamos ahí, saco el petroleo refinado, tintado, magnetizado y presuntamente lamido por un fetichista funcionario y me lo dio, aquel maldito token no iba a biodegradarse hasta que ambos fuésemos poco más que polvo en la tierra abrasada. Me fui a casa.

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